30 de octubre de 2007
25 de octubre de 2007
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Espacio vacío
16 de octubre de 2007
Historia de España
La Noche en Blanco
Cuando llegó a Madrid, con un jet lag insoportable, descubrió que algo en la ciudad que ella recordaba más sucia, más caótica y más inhumana, había cambiado. Siempre había sentido fascinación por el viejo continente y por sus gentes, tan distintas de sus compatriotas americanos aunque no neoyorquinos (los cuales habían optado por imitar la actitud de sus viejos ancestros, sabedores de una mejor forma de vida que el “American way of life” que tanto preconizaban esos naive Americans del imaginario europeo).
Descansó todo el día en el hotel, y cámara en ristre, se dispuso a recorrer la capital para captar esos trocitos de realidad que endorsarían su artículo posterior. Empezó por la Plaza de Oriente, lugar privilegiado por su belleza y por su enclave, donde unos japoneses se disponían a tocar música ancestral de su país. La primera sorpresa fue ver el tumulto de gente, no pensaba que el arte contemporáneo diera para tal seguimiento masivo en una noche por lo demás lluviosa, y oh my goodness!!!, la música no se oía en absoluto puesto que no funcionaban los amplificadores. Se quedó mirando aquel músico, que tocaba a sabiendas de que lo hacía para él, puesto que su sonido se perdía sin posibilidad de compartirlo. Entonces cedió el testigo a la Plaza de los Ramales (justo a la vuelta de la esquina) en la cuál, un grupo de Jazz Swing tenía que deleitarnos con unos cuantos acordes y desacordes ......no había nadie, una actividad programada vacía...en fin, supuso que por inclemencias del “weather” no se podía haber llevado a cabo. Siguió su camino hasta la Plaza de la Villa, que contaba con una exhibition “muy reveladora” que consistía en 360 sillas plegables de camping para coger la que se quisiera y sentarse. Aquello era el show, recordó a los viejos de su pueblo contando milongas veraniegas pero empezaba ya a cuestionar la futilidad o imbecilidad muchas veces aceptadas del arte vanguardista.....al menos podían haber sido 365 sillas como los días del año, I do not really know . Quiso ir después al Palacio Real a ver una exposición de Tiziano, la queue llegaba hasta el puente de Segovia, una pena porque no se podía permitir el lujo de perder tanto tiempo.......un poco desalentada y habiendo tomado muy pocas fotos, bajó por los jardines de Sabatini que tenía nuevos huéspedes en forma de chatarras androides, círculos de hierro viejo, símbolos del dólar y el euro dentro de un nuevo círculo y una metamorfosis, en forma de color a modo de tótem primitivo y desde luego, muy espectacular . Aquí empezó a visualizar un arte con el que podía deleitarse por su espectacularidad que paliaba la falta de belleza.........sus pies la llevaron a la Plaza de España, el edificio España iluminado con luces de distintos colores que bailaban con una armonía y una suavidad incomprensibles en una mole de cemento nada romántica, la hizo reflexionar sobre la necesidad de tener más noches en blanco. AHHHH Las mejores fotos las sacó de una idea en el Centro Conde-Duque que consistía en aprovechar la energía de unos jóvenes que no dejaban de pedalear para poner en marcha una discoteca con sus luces de neón, su música y todos sus complementos....vaya, quizá podría venderse como realmente ecológico los Gym-Discos, que esa energía sirviera para ahorrar y para hacer que otros se lo pasaran bien... ¿Divertida? ¿Sobrevalorada? ¿Mal organizada? ¿Todo vale en el arte actual? ¿Desde Warhol los pilares de excelencia, de búsqueda incansable, de belleza se vinieron abajo? ¿Una forma de progreso o de querer abrir las puertas a lo que podemos concebir como arte en su definición per se “Manifestación de la actividad humana mediante la cual se expresa una visión personal y desinteresada que interpreta lo real o imaginado con recursos plásticos, lingüísticos o sonoros”, pero que no nos hace soñar, ni causar admiración, ni buscar algo trascendente, ni elevar el espíritu para intentar al menos ser mejores..?.
Emm no pudo menos que pensar que la vulgarización llega a todas partes y además en forma de arte consagrado. Tuvo suerte de poder acercarse a ver a Picasso y especular con su baile personal sobre las realidades más puramente humanas, la muerte, el dolor....las pérdidas por ese camino vital que para algunos se convierte en un juego perverso...
8 de octubre de 2007
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La mejor obra de Art Con - ] D´Hory & Malacara [
Segovia: de Machado a Marias - ] A Lozano [
LA MEJOR OBRA DE Art Con
“Somos coleccionistas de arte, estamos en una feria internacional de arte contemporáneo y nuestro presupuesto nos permite obtener una obra más. Al ser buenos clientes la galería, nos deja escoger una de las siguientes obras, independientemente de su precio, con una única condición: no sabemos de antemano a quien pertenece cada una, de tal manera que se trata de una compra /elección a ciegas. Es la oportunidad de dejaese llevar por las emociones y la intuición. Les pedimos que voten las tres que más les gusten, y finalmente la más votada será la elegida y pasará a formar parte de nuestra colección. ¿Haremos una buena adquisición o sólo tiraremos nuestro presupuesto a la basura? ¿Caeremos en alguna trampa –las trampas del Art Con-?”
Siguiendo sus instrucciones nos limitamos a colgar las obras potencialmente seleccionables, sólo identificables por un número. Ese es el juego: elegir tres y quien lo desee (y sea capaces) que justifique su elección.
De los resultados y su desvelamiento podremos pedir reflexiones en otro # al Sr. D´Hory, pero de antemano KRÏTIKA plantea varias cuestiones / cuestionario / cuestionamiento sobre el Art Con:
- El Arte Contemporáneo (Art Con) es la gran estafa de los incapaces
- El Art Con es el último reducto de la creatividad y el juego
- El Art Con es un tropezón irreversible en la evolución del arte
- El Art Con es la constatación de la muerte de la belleza y la armonía
- El Art Con es la victoria del inconsciente y sus siniestras manifestaciones
- El Art Con es un negocio, puro teatro, artefactos decorativos para el hall de los grandes bancos.
- El Art Con es un rey que se pasea desnudo ante sus adulones súbditos
- El Art Con es la muestra de la fragmentación y el cambiante caos del mundo contemporáneo
- El Art Con da fe de la ausencia de límites en la cultura del relativismo y el todo vale
- El Art Con es el único arte posible
Allá van.....
Dos
Cuatro
Seis
SEGOVIA: DE MACHADO A MARIAS
Seguir los pasos de Antonio Machado por el día a día de sus doce años como segoviano adoptivo (de 1919 a 1931) faculta al visitante para sentirse su alumno en el instituto donde ejercía la cátedra de francés primero y de lengua y literatura más tarde; para detenerse ante el café (ahora centro comercial) donde departía con sus amigos y contertulios; para conocer el lugar donde se citara por primera vez con Pilar de Valderrama, supuesta Guiomar, su musa y amor secreto; para divisar el balcón del Ayuntamiento donde el poeta se uniera a las celebraciones de aquel lejano 14 de abril; para perderse por la modesta pensión donde residía, ligero de equipaje.
La pensión, convertida en casa-museo del autor de “Soledades, galerías y otros poemas”, merece parada y fonda para el lector más bibliófilo. En su planta baja se encuentra el Torreón de Rueda, rincón de compraventa de libro antiguo y de ocasión regentado por el guía del museo, el cual responde al bohemio nombre de César. Experto en Machado y coleccionista de vetustos libros de cocina, atiende tras el parapeto de sus estanterías abigarradas de viejos volúmenes, láminas, grabados y otras curiosidades. Del poeta andaluz hemos sabido que durante sus años en Segovia buscó siempre la cercanía de Madrid, adonde iba en cuanto sus obligaciones magistrales se lo permitían, ya fuera para visitar a su familia o para encontrarse con ilustres camaradas como Ortega o Unamuno. Tanto era así que tenía por costumbre aprobar a todos sus alumnos en junio para no hacerse volver en septiembre, y aprovechaba cualquier día libre para rondar la capital (en una de sus cartas informaba así de un contratiempo que le impidiera realizar la prevista visita a Madrid: “he perdido el tren hoy y mañana”). Sin embargo, cedía parte de su tiempo de ocio para impartir clases gratuitas en la Universidad Popular segoviana, de la que fue fundador. Su vinculación con la vida pública continuaba con su cargo de máximo representante en Segovia de la Agrupación al Servicio de la República, unión de profesionales e intelectuales defensores de la llegada del nuevo régimen, acontecimiento del que Machado dejó dicho: “¡Aquellas horas, Dios mío, tejidas todas ellas con el más puro lino de la esperanza, cuando unos pocos viejos republicanos izamos la bandera tricolor en el Ayuntamiento de Segovia! Recordemos, acerquemos otra vez aquellas horas a nuestro corazón.
Con las primeras hojas de los chopos y las últimas flores de los almendros, la primavera traía a nuestra República de la mano. Fue aquél un día de júbilo en Segovia. Pronto supimos que lo fue en toda España. Un día de paz, que asombró al mundo entero”.
El enviado especial de la Mantícora al Hay Festival (insisto: pronúnciese jei, pero sin aspavientos), que en inmejorable compañía y para mantener la tradición de degustar cochinillo asado escogió la terraza de La Concepción (La Concha para los segovianos), en plena Plaza Mayor, repone fuerzas junto al acueducto mientras la noche se cierra sobre Segovia y se acerca el momento de dirigirse hacia la iglesia de San Juan de los Caballeros, donde el gentilhombre Marías dará cuenta de su recién publicado tercer volumen de “Tu rostro mañana”. Con el subtítulo de “Veneno y sombra y adiós” se cierra la trilogía protagonizada por Jaime o Jacobo o Jacques Deza, inefable narrador metido a formar parte de una extraña rama del servicio secreto inglés dedicada a interpretar vidas de otros, a anticipar cuáles serán sus rostros mañana.
La conferencia es más bien charla o tertulia entre el hijo del insigne filósofo y el editor y periodista Manuel Rodríguez Rivero. Ambos son amigos y debaten con ánimo bromista, el escritor Javier Marías se nota cercano y afable, lejos del ciudadano Javier Marías indignado y cascarrabias que firma cada semana en un dominical de gran tirada. Ante un auditorio desbordante y entregado, Marías desgaja su modus operandi literario, confiesa su adhesión a la vieja escuela de la máquina de escribir, su predilección por Faulkner, Shakespeare o Conrad, y no deja de hacer gala de su humor británico (“el dinero no ha cambiado mi vida, no me dedico a comprar maseratis”; “no pretenderán que visite mi propia página web”). Abundando en lo primero, conviene señalar que el autor de “Corazón tan blanco”, según afirmó, escribe sin mapa que predetermine el viaje, sólo hace uso de brújula que indique el destino pero no la forma de llegar hasta él. Por eso a menudo se deja llevar por el azar, por agudos giros en la trama y múltiples digresiones que luego habrá de ir anudando. Convierte esta costumbre en principio inviolable: de la misma manera que no podemos volver sobre nuestro pasado para cambiarlo a conveniencia, Marías jamás vuelve sobre lo escrito para modificar algo que se antoje difícil de encajar con el resto, sino que estruja su mente y la novela para mantener la coherencia narrativa hasta las últimas consecuencias.
Fiebre y lanza, baile y sueño, llegamos al final de esta crónica improvisada a partir del recuerdo de esa magnífica ciudad que es Segovia, y del paso por ella de dos genios de las letras, uno residente y pretérito, otro paseante y contemporáneo.
A Lozano
2 de octubre de 2007
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Pedofilia ]P Duque[
Ponga un detective en su vida ]Carta Negra[
Baricco, Océano Mar ]J L Muñoz[
Pedofilia
Los que intentamos seguir un método científico tendemos a estructurar la realidad con la que nos enfrentamos. En Psicología y en Psiquiatría hacemos “cajas” para no despirtarnos, para caminar con paso firme y para hablar de lo mismo. Una de las cajas más importantes de los últimos tiempos fue la estructuración de síndromes y enfermedades mentales, siendo la más famosa la DSM [Diagnostic and Statistical Manual of Mental Disorders], ya por la versión cuarta. Según éste, diagnosticamos a una persona pedofilia [que está dentro del capítulo de parafilias: “impulsos sexuales intensos y recurrentes, fantasías o comportamientos que implican objetos, actividades o situaciones poco habituales”], cuando tiene durante un periodo de al menos 6 meses fantasías sexuales recurrrentes y altamente excitantes, impulsos sexuales o comportamientos que implican actividad con niños prepúberes o niños algo mayores; ha satisfecho estas necesidades sexuales, o las necesidades sexuales o fantasías producen malestar acusado o dificultades interpersonales; y tiene al menos 16 años y es por lo menos 5 años mayor que el niño. Como enfermedad que es, tiene un tratamiento específico que combina fármacos y psicoterapia. ¿Castración química? Más allá de los anhelos cuasimesiánicos de Sarkozy y otros “lumbreras”, los efectos positivos de la castración química en pacientes con pedofilia no son claros, ya que tienen poco efecto en controlar el impulso sexual y en la inhibición de la tendencia sexual hacia niños. ¿Que actue la justicia? ¡Sin duda! ¿Tratar a las personas con pedofilia? ¡Sin duda!. Pero con las medidas adecuadas, con los tratamientos farmacológicos y psicológicos de demostrada eficacia. ¿O vamos a dejar también la ciencia en manos de los políticos?
Ponga un detective en su casa
Philip Marlowe
Sombrero Stenton, corbata y gabardina; cara de Humphrey Bogart, James Garner, Robert Mitchun, Elliott Gould, James Caan; humo de cigarrillo psicoanalítico y el sempiterno gimlet como una debilidad moral. En Marlowe todo propósito de belleza debía transformarse en virilidad. Ese desaliño nunca comprometedor del solitario narcisista ("me miró como si yo hubiera salido del océano con una sirena ahogada bajo el brazo"), y un reducto de escrúpulo ante la suciedad de los derrotados (“el marco de la puerta estaba tan sucio que me dieron ganas de tomar un baño de sólo mirarlo"). Dicen que dijo, en cierta ocasión: “si llego a quedarme un poco más me habría enamorado de mí mismo”.
Le gusta matar el tiempo, aunque sabe muy bien lo que le cuesta morirse. “Me gustan la bebida, las mujeres, el ajedrez y algunas otras cosas”. Cuida un gato al que no consigue engañar, y solo confía, cuado lo hace, en esas fatales rubias platino de las que nunca entiende suficientemente su culpabilidad. Sabe que a cualquier tipo le hace falta una buena chica, “pero a mí no”. Embrollado en su psicoanálisis clasificatorio, no se apercibe de su culpa original. La de las mujeres. Esto le impide consumar su misoginia, y nunca consigue una relación que no le maltrate. Ni tan siquiera cuando, cosas del celuloide, se casa con la rica heredera de un magnate amoral. Esos escrúpulos son los que le impiden aceptar casos de divorcio. En una ocasión no entrega a la Justicia a una asesina porque era epiléptica y tomaba láudano, pero exige que la pongan en tratamiento. “Si no fuese duro, no estaría vivo. Si no pudiera ser dulce, no merecería estarlo”.
Con un indudable buen gusto literario, una memoria portentosa y una obsesión por el detalle irrelevante, siempre hay una trampa tan evidente que nunca es tarde para pisar. La culpa es de sus premisas: las personas se clasifican en dos, las que le desagradan y las que le gustan moralmente. Sabe que existen ciento noventa formas de ser un canalla y él las conoce a todas. Su método es el interrogatorio: “en mi trabajo hay un tiempo para preguntar y otro para dejar que el interrogado hierva hasta salirse”. En un delirante capítulo de su mejor novela, llega a auto-interrogarse delante de la policía, que escucha atónita la escenita. Eso no le libra de unos cuantos mamporros, por supuesto.
De honestidad a toda prueba en sus honorarios, su sentido de la justicia es tan particular como el de la Norteamérica de los años 30 y 40: bien lejos de todo formalismo jurídico. Parece destilar antipatía tanto por los bajos fondos como por la alta sociedad, que es donde pisa todos los cepos. Una vez tiene que parar el Oldsmobile para apagar un cigarrillo con carmín que una mano de uñas rojas arroja negligente por la ventanilla del vehículo que persigue: “esto no se hace en las montañas de California, ni siquiera fuera de temporada”. La moral de un boy scout.
Solitario empedernido, no le gusta hablar de sí mismo ni de sus problemas. En esa alexitimia se fragua lo más triste y valioso del detective Marlowe. (“Sus ojos grises estaban tan vacíos como los agujeros de un antifaz"). Se resigna a los adioses largos, siempre a la espera de una nueva muñeca. “Nadie vino a la oficina. Nadie me llamó por teléfono. Seguía lloviendo”.
“Fuera adonde fuera, hiciera lo que hiciera, esto era lo que encontraría al volver: una pared vacía en una habitación vacía de una casa vacía. Dejé la copa en una mesita baja sin siquiera probarla. El alcohol no era la solución. Nada era una solución, excepto un corazón endurecido que no pidiera nada a nadie”. No cree en el suicidio.
Carta Negra
Baricco, Océano Mar
Hay elucubraciones que por repetirse tantas veces en múltiples disciplinas deberían constituirse como verdades insoslayables. Puedes decir que lo que parece un punto a una gran distancia puede ser un barco cuando se acerca. O que derivar una expresión matemática supone perder información. O que el todo es más que la suma de las partes. O que en un instante caben infinitos momentos. O que el infinito está entre el 0 y el 1. O…
Leí Océano Mar. Perdí la fe. En el párrafo anterior, digo.
Océano Mar es un Mar. Lleno de olas, de espuma, de sal, de gente nadando, flotando o ahogándose. Pero cada hoja, cada palabra, tiene sentido. O al revés, es un compendio de varios cientos de microrelatos que tienen un sentido común, trascendente, cierto. Y esto sólo se puede explicar por la pericia del escritor italiano.
Y basta. Yo me callo. Aquí muestro algunos ladrillos, construyan su pared. O mejor, tomen el lienzo y el pincel. Pinten su cuadro:
Después acerca el pincel al rostro de la mujer, vacila un instante, lo apoya sobre sus labios y lentamente hace que se deslice de un extremo a otro de la boca. Las cerdas se tiñen de rojo carmín. Él las mira, las sumerge levemente en el agua y levanta de nuevo la mirada hacia el mar. Sobre los labios de la mujer queda la sombra de un sabor que la obliga a pensar “agua de mar, este hombre pinta el mar con el mar” – y es un pensamiento que provoca escalofríos.
Es un libro donde hay ángeles:
-¿Formas parte del mobiliario o estás aquí por casualidad?
El niño no se movió ni un milímetro. Pero respondió:
- Mobiliario.
- Ah.
La poesía es algo que pesa, que se guarda en cajones, o en un baúl:
Deja la pluma, dobla la hoja, la mete en un sobre. Se levanta, coge de su baúl una caja de caoba, levanta la tapa, deja caer la carta en su interior, abierta y sin señas. En la caja hay centenares de sobres iguales. Abiertos y sin señas. […] Ella abrirá la caja y lentamente […] leerá las cartas una a una y retrocediendo por un kilométrico hilo de tinta azul recobrará los años – los días, los instantes – que ese hombre, incluso antes de conocerla, ya le había regalado. O tal vez […] volcará la caja y, atónita ante aquella divertida nevada de cartas, sonreirá diciéndole a ese hombre:
- tú estás loco.
Y lo amará para siempre.”
La insufrible belleza de lo obvio, siempre oculto y cierto:
- […] fijaos allí, donde llega el agua…, sube por la playa, luego se detiene…, eso es, precisamente ese punto, donde se detiene…, dura apenas un instante, mirad, eso es, por ejemplo, allí…, como veis, apenas dura un instante, después desaparece, pero si se consiguiera detener ese instante…, cuando el agua se detiene, precisamente ese punto, esa curva…, es eso lo que estudio. Donde se detiene el agua.
- ¿Y qué es lo que hay que estudiar?
- -[…] pensándolo bien, ahí sucede algo extraordinario […].
- ¿De verdad?
- […] Ahí acaba el mar.
La reciprocidad en su sentido más físico:
Hablaron uno después del otro, como si lo hubieran ensayado.
- Este niño lee en los sueños.
- Este hombre habla en sueños.
Lo erótico y lo exótico, relacionados de la misma manera que la fantasía y la imaginación:
Le vino a la cabeza, sin explicación, una de las muchas leyendas que circulaban sobre aquella ciudad [Tombuctú]: que las mujeres, allí, tenían un solo ojo al descubierto, maravillosamente pintado con tierra coloreada. Se había preguntado siempre por qué razón mantendrían oculto el otro. Se levantó y se acercó ociosamente a la ventana. Estaba pensando en abrirla cuando una voz, en su cabeza, lo inmovilizó pronunciando una frase nítida y precisa:
- Porque ningún hombre podría sostener su mirada sin enloquecer.
La lucidez y la desesperanza, el síndrome de Atlas, el de hombros cansados, o cuantos más ojos, más sabio, menos feliz:
Eso es lo que me ha enseñado el vientre del mar. Que quien ha visto la verdad permanecerá para siempre inconsolable.
Y para acabar, una sonrisa producto de la paradoja, esta vez de Seda, no de Océano Mar.
-¿Tú sabes por qué Jean Berbeck dejó de hablar? – le preguntó.
- Es una de las muchas cosas que nunca dijo.
De Baricco, A., “Océano Mar” y “Seda”, Ed. Anagrama.
24 de septiembre de 2007
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Formas de Gestión ]G Caro[
Julio Cortazar
ESPACIO VACIO
FORMAS DE GESTION
Echar un papel en una urna de plástico parece contentar a los que en otros momentos tenían que demostrar el descontento a gritos.
Hay otros, menos impetuosos en su juventud, que votan como quien paga los impuestos a regañadientes. Sin embargo, la queja sigue siendo moneda de cambio y el victimismo su forma de comercio. Es decir, después del voto viene el llanto y la ahora sempiterna cantinela de que los políticos son unos sinvergüenzas o meros servidores de los oligarcas de turno que son aquellos que realmente dominan la situación.
Parecería, por una parte, que solo los jóvenes tienen fuerzas para la revolución, con el ejemplo de los anti-globalizadores hoy día, mientras que la edad nos convierte en resignados fatalistas. Por otra parte, el fatalismo encuentra refugio en edades tempranas.
Para unos no sería demasiado aventurado pronosticar una calma creciente en el ímpetu anti-globalizador a medida que pasen los años y los veinte se conviertan en treinta y tantos, familia, casa y trabajo. Para los otros, una versión acomodaticia y no poco facilona sobre la realidad política está en curso.
Por contraposición, ante estas formas simplistas y temporales de ver la realidad se pueden contraponer visiones más atractivas pero que requieren compromisos a largo plazo, esfuerzos que no se limitan a un período de la vida y que no mueren en él.
Es común oír eso de que la democracia es un mal menor en el mundo político, como venía a sugerir un político inglés del siglo pasado, pero otorgar grandísimos poderes a determinados individuos durante poco menos que un lustro no parece responder a unos ideales democráticos en constante evolución, si éstos son entendidos en términos de participación activa y deseos de independencia y libertad personal.
La democracia, como hoy la viven las sociedades libres, quizá haya cumplido un papel en determinado momento histórico pero huelga comentar que el mundo ha cambiado y las necesidades son otras. Como tales, es deseable que nuestros sistemas políticos se metamorfoseen en formas más avanzadas de gestión y a los ciudadanos nos atañe pedirlas sin más dilación.
Estas novedades pueden haber asomado la cabeza anteriormente y no hay porque pensar que en su concepción vayamos a revolucionar la historia. Verbigracia, por muchos es sabido que la tan invocada democracia de las polis griegas se sostenía en elementos del todo incompatibles con nuestras sociedades modernas, como eran, inter alia, la esclavitud y negarles el voto a las mujeres. De todas formas, esos elementos sabiamente superados por la historia pueden ser satisfactoriamente obviados hoy día sin que eso nos lleve a ignorar que en las democracias griegas, aunque ceñidas a minorías, la participación era más activa.
Esto viene a decir que algunos ciudadanos no nos conformamos con darle carta blanca al carismático de turno, si no que nos gustaría participar de lleno en muchas decisiones que nos atañen directamente.
Antonio Escohotado, pensador cuya pasión por el estudio de las drogas parece haber nublado brillantes y muy sensatos escritos en otras materias, ha demostrado desde perspectivas liberales clásicas que vivimos un momento histórico único para hacer realidad las democracias llamadas directas. Este momento viene marcado por los magníficos desarrollos tecnológicos que han permitido reducir distancias, velocidades y perezas de distinta índole.
Parece factible que con las debidas inversiones en el terreno, los ciudadanos podríamos participar de manera mucho más activa en la gestión de nuestros países a través de referendos – principalmente vinculantes, no meramente consultivos –, evitando así las corrupciones congénitas de determinados estamentos, sus intereses perfumados de nepotismo y unos aparatos burocráticos pesadísimos para el contribuyente, por lentos y caros, que perpetúan perezosos y vegetales varios.
Echando un vistazo a las estructuras de algunos negocios privados hoy día, grandes empresas por lo general, se observa que en lo que a democracia se refiere están muy por delante de la política actual: se debaten y someten a votación diversos asuntos entre los empleados, se analizan y asimilan errores sin que por ello uno quede exento de culpa e incluso se fomenta el salirse de la estrategia establecida por la propia compañía para aportar soluciones nuevas. Todo esto sucede por lo general dentro de unos límites legales y morales; prueba de ello es la constante proliferación de códigos de conducta internos.
Sin lugar a dudas, la dirección y estrategia general de la empresa no deja de venir desde los consejos de administración pero no pocos aspectos son objeto de discusión entre los trabajadores.
Mutatis mutandis, estas medidas solo podrían ser establecidas en el terreno político desde una decidida renuncia a las ofertas que nos presentan los políticos de turno y a una exigencia de mayores cotas de participación.
Para empezar, otorgarles el voto a las ofertas presentes es darles la palmadita en la espalda que perpetúe el actual estado de cosas. Por otra parte, el equivalente de los consejos de administración en el terreno político no debería retener tanto poder porque son empleados nuestros, res publica al fin y al cabo, y no los propietarios del negocio.
Hölderlin apuntó la propensión tan humana de hacer del Estado un infierno mientras nos afanamos en verlo como paraíso salvífico.
La historia reciente nos ha demostrado que otorgar al Estado un poder excesivo lleva a gestiones corruptas y empobrecedoras. Lo interesante hoy día, repasando el pasado pero sirviéndonos del presente, son las coordenadas históricas en las que nos encontramos para avanzar realmente a estadios superiores de independencia en los que el Estado quede reducido a mero gestor de nuestros intereses. El precio a pagar es elevado ya que requiere mucho esfuerzo por parte de todos nosotros a la hora de engendrar sociedades más libres.
La participación exigida sería importante y a nosotros nos atañe responsabilizarnos de lo que nos sucede en lugar de clamar al cielo y echarle la culpa al cargo de turno.
Texto: Gonzalo Caro.
Ilustraciones: M Brieva. El Roto.
Edición: Malacara
18 de septiembre de 2007
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Espacio Vacío
Las Dos Caras de Philip K Dick ] F J Benítez [
La nariz de Maupassant ] L Malacara [
ESPACIO VACIO
Nuevo juego, nuevo artefacto.
Que el más osado de los lectores agarre con fuerza el rabo de la mantícora y proponga, desde su sapiencia desbordante, esa temática a desbrozar, esa realidad a cambiar, esa irrealidad por soñar.
Entre todos y ayudados por las mandíbulas de nuestro totem, daremos cumplida respuesta a sus penurias.
Es vuestro espacio, queridos lectores, vuestro ESPACIO VACÍO.
LAS DOS CARAS DE PHILIP K DICK
Hasta hace unos años Philip K. Dick (Chicago, 1928 - Santa Ana, 1982) era apenas conocido en los círculos de aficionados a la ciencia-ficción y por los amantes de la contracultura norteamercana de los años sesenta. Algunos cinéfilos también lo identificaban como el autor de los textos en los que se inspiraron los directores Ridley Scott y Paul Verhoeven para sus respectivas películas Blade Runner y Desafío Total. Fue durante los años noventa cuando hubo una revalorización de su figura, instalándose en el parnaso alternativo de los autores de culto. En aquella década no era extraño escuchar a escritores de literatura mainstream calificarlo como uno de los autores norteamericanos más importantes de la segunda mitad del siglo XX. La razón fue posiblemente el auge de la cibercultura, la versión milenarista de la contracultura de los sesenta, que lo situaba como uno de sus precursores. La obsesión phildickiana por el simulacro y las realidades ilusorias conectaba con la sensibilidad virtualista de los jóvenes modernos de fin de siglo.
La nueva centuria ha seguido tratando bien al narrador norteamericano. Este año se celebra el veinticinco aniversario de su muerte. La reedición de sus obras y el rodaje de un biopic protagonizado por la estrella alternativa Paul Giamatti son algunos de los homenajes con motivo de una fecha tan señalada. No obstante, algunos admiradores de su obra notamos que una textura poco phildickiana empieza a invadir todo lo relacionado con este revival. Quizás se trate de un virus mental introducido por los señores del Imperio, para atenuar la verdad que subyace peligrosamente en cada uno de sus libros (esta idea delirante habría entusiasmado a Dick, llevándole a escribir doscientas páginas de su Exégesis, el interminable diario-tratado teológico al que dedicó los últimos años de su vida). Resulta bastante más posible que sea el interés económico lo que está transformando esta reivindicación en un negocio que nada tiene que ver con el universo personal del autor.
El principal foco de la transformación de la obra de Dick en algo cómodo, brillante y poco phildickiano ha sido precisamente el cine, el medio que paradójicamente lo sacó del gueto de los fanáticos de la ciencia-ficción. Me atrevería a decir que Blade Runner (Ridley Scott, 1982), libérrima adaptación de la novela ¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas? (1968), fue el origen de esta tendencia. Blade Runner se ha convertido en un clásico del cine universal y un referente obligatorio de todo el que reclame una manera adulta de hacer ciencia-ficción. Sin embargo, esta primera versión cinematográfica de una novela de Dick resultaba ya algo distante de las intenciones originales del autor. Ridley Scott, que ante todo es un esteta, quiso presentar un futuro decadente y neorromántico, que se acercaba más a las visiones de los jóvenes escritores del movimiento ciberpunk que a los futuros entrópicos y lo-tech de Dick. Blade Runner resulta un atractivo catálogo de las tendencias estéticas de principios de los años ochenta. Está próximo a los futuros dibujados por Enki Bilal para sus comics o al apocalipsis underground descrito por William Gibson en su libro Neuromante. Esta es la razón por la que muchos admiradores del filme se sienten decepcionados al leer la obra en la que se inspiró. El Rick Deckard protagonista de la novela de Dick es un funcionario de policía con sencillas aspiraciones sociales, imposible de identificar con el rostro apuesto de Harrison Ford. Los androides del texto son incapaces de articular un discurso poético como el del replicante Roy Batty al final del filme. Son creaciones carentes de empatía, que intentan comportarse de forma humana sin mucho éxito. Y es aquí donde radica la clave de la obra original de Dick, en la especulación sobre lo que diferencia al ser humano de la criatura artificial. Dick, que cuando escribió el libro se había convertido recientemente al catolicismo, da una respuesta extravagante a la pregunta de partida: los androides pueden pasar el test del informático Alan Turing pero carecen de la caridad de la que habla San Pablo en la primera Carta a los Corintios. ¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas? se ubica en la línea de los libros de los que se sentía realmente orgulloso el autor, aquellos en los que tras el atrezzo de ciencia-ficción trataba los problemas que realmente le angustiaban, las dudas metafísicas y teológicas que ayudarían con el tiempo a la ruina de su salud mental.
Desafío Total (Paul Verhoeven, 1990) y Minority Report (Steven Spielberg, 2002) son dos películas basadas en relatos menores del autor, de la época en la que escribía cincuenta páginas diarias de ciencia-ficción bajo los efectos de las anfetaminas. Aunque los directores respetan las líneas básicas de los argumentos, les dan un giro y los convierten en historias de acción que pueden servir de escusa para el uso (y abuso) de las últimas técnicas de efectos especiales. La elección de los actores Arnold Schwarzenegger y Tom Cruise transforma a los protagonistas proletarios de los relatos en héroes aventureros. La acción, que en los relatos originales es casi existente, domina los metrajes. Dick solía rehuir la violencia, y sólo la utilizaba cuando la historia lo exigía, mostrándola de forma realista y cruda. El ejemplo más ilustrativo es cuando Nobosuke Tagomi, uno de los protagonistas de El hombre en el castillo (1962), se ve obligado a matar a unos asesinos nazis para salvar su vida y la de su superior. La descripción de la muerte de los alemanes resulta francamente desagradable. Tras ella, Nobosuke Tagomi se siente turbado, pues sus creencias budistas condenan sin ambigüedades lo que acaba de hacer. Sale a las calles de San Francisco desorientado y termina sufriendo una extraña crisis que bien pudiera confundirse con un brote psicótico. Esta manera de presentar la violencia dista bastante de los alegres tiroteos de ambas películas, donde las estrellas de Hollywood liquidan a sus enemigos como si de un videojuego se tratase. Otro elemento extraño añadido por los directores es el toque hi-tech de las sociedades futuristas que presentan. Resulta especialmente chocante el diseño sofisticado que lucen los aparatos, automóviles y edificios en Minority Report. Parece que Apple se hubiese puesto manos a la obra para que las ciudades del futuro parezcan escaparates repletos de gigantescos y brillantes i-Pods. Como comenté con anterioridad, los futuros descritos por Dick están irremediablemente condenados por la entropía. La tecnología no ha sido capaz de salvar al hombre de su autodestrucción, y siempre parece que está a punto de colapsarse, cuando no retrocede literalmente en el tiempo hasta hacerse inservible, como sucede en Ubik (1969). Aunque ambas películas presentan futuros desasosegantes, con evidentes fracturas sociales, en una existe el refugio en los viajes virtuales por el sistema solar y en otra el visionado de películas tridimensionales protagonizadas por los seres queridos. Dick no confiaba en el placebo de la alta tecnología. Sus personajes se encontraban con importantes dilemas de identidad, con disfunciones de la realidad a la que estaban habituados, y ningún Macintosh podía salvarlos de su descentramiento.
Si hay una película que ha respetado el sabor de la obra de Dick, es la reciente A scanner darkly (Richard Linklater, 2006), basada en la novela homónima. En ella, el director se asoma al futuro de pasado mañana, y lo que encuentra son drogas sofisticadas que minan el sentido de la realidad, policías con vidas dobles e instituciones para la desintoxicación que son, a su vez, el origen de la adicción. La alta tecnología, representada por el traje que mantiene en secreto la identidad de los agentes de narcóticos, es algo burda, incluso chocante para el espectador (nada que ver con los interfaces táctiles que usa Tom Cruise en Minority Report). Los protagonistas, adictos que conviven en condiciones lamentables, están acosados por la paranoia y desconfían incluso de la evidencia de sus sentidos. Siendo una película menor, lejos de la brillantez técnica de Blade Runner, A scanner darkly resulta ser el primer filme fiel a la obra de Dick, donde se pueden reconocer incluso los defectos que planean por toda su creación literaria: su narrativa deslavazada, los momentos poéticos indescifrables y la sensación de que algo no termina de encajar en la historia, de que el autor apunta en una dirección muy ajena al humilde espectador sentado en su sofá frente a una pantalla de plasma.
Donde sí ha habido grandes aciertos ha sido en las películas que, sin basarse directamente en ninguna obra del autor, reflejan claramente su universo personal. Algunos de los mejores filmes del género en los años noventa abordaban la principal duda del escritor norteamericano: ¿Dónde están los límites entre lo real y lo ilusorio? Mencionaré sólo tres películas que deben a Dick algo más de lo que reconocen sus directores: Abre los ojos (Alejandro Amenábar, 1997), El show de Truman (Peter Weir, 1998) y Matrix (Larry y Andy Wachowski, 1999). En los tres filmes, los protagonistas descubren que algo no funciona correctamente en su entorno y comienzan una odisea que los lleva a descubrir mucho más de lo que habrían deseado en un principio. César, el protagonista de Abre los ojos, termina sabiendo que sufrió un grave accidente y que está criogenizado; su vida actual es un sistema realidad virtual que hace llevadera su espera en el tanque helado. En este caso, Alejandro Amenábar sí ha reconocido la influencia de Dick en la película. Al fin y al cabo, la vida virtual de César es una versión cibernética de la semivida que sufren los personajes de Ubik, sólo que esta vez no hay un espray con propiedades divinas que pueda frenar el caos que lo acosa. El show de Truman es también la versión de los años noventa de la novela Tiempo desarticulado. Los protagonistas de ambas obras viven en un entorno apacible, en una pequeña ciudad norteamericana donde se mantienen los valores tradicionales, hasta que un día empiezan a sospechar que hay algo inauténtico a su alrededor. En los dos casos, sus vidas resultan ser un montaje. Sus familias y vecinos son actores contratados para mantenerlos engañados. Hasta los edificios que los rodean son escenarios creados a propósito. La razón de tal esfuerzo es diferente en la película y la novela. En El show de Truman, el pobre Truman Burbank resulta ser el único protagonista de un cruel reality show. En Tiempo desarticulado, Ragle Gumm es el salvador del mundo, pero una crisis personal ha llevado al gobierno a protegerlo en el único entorno que le impide volverse loco: el mundo de su infancia. Por su parte, Matrix aborda directamente una idea que obsesionó a Dick: el mundo que conocemos es sólo una ilusión y tras ella existe una realidad verdadera a la que sólo unos pocos pueden acceder. Durante sus años de instituto, Dick leyó a Platón, llegando a convertir el Mito de la caverna en el leitmotif de gran parte de su vida. Su obsesión por hallar la salida de la caverna le llevó a leer de forma compulsiva y poco crítica todo tratado filosófico, teológico o espiritual que pasaba por sus manos. Se comportó como un extravagante gnóstico de la era psicodélica, un místico pop, y bajo el convencimiento de que su potencia intelectual le llevaría a hallar la verdad oculta terminó quemando su cerebro. La lucha desequilibrada entre las poderosas máquinas y una humanidad esclavizada es la realidad secreta en la película de los hermanos Wachowski. Dick prefería verdades más personales, como que el mundo seguía regido por el Imperio Romano y la cristiandad ejercía de resistencia. La “sensibilidad Matrix”, cibernética, virtualista e inflamada de metafísica para todos los públicos, compila las inquietudes de la cultura alternativa de los años noventa y resulta ser el nexo de unión entre los jóvenes que escuchaban a Nine Inch Nails y el universo lisérgico de los autores de
Algunos preferirán la versión soft de la obra de Dick que ofrecen los directores de Hollywood. El tiempo de la experimentación en la ciencia-ficción parece haber pasado y la mayor parte de sus aficionados actuales serían incapaces de enfrentarse a los textos surrealistas, alucinados o simplemente antipáticos de coetáneos de Dick como Harlan Ellison, Michael Moorcock o el Brian Aldiss de los años sesenta. Otros seguimos valorando a aquellos autores que quisieron hacer del género algo más que un entretenimiento para adolescentes inadaptados. Dick siempre deseó ser un autor mainstream y sus inquietudes literarias distaban de las de la mayor parte de los escritores pulp con los que compartió páginas en sus comienzos. No obstante, la originalidad (por decirlo de algún modo) de sus propuestas mainstream le imposibilitaron hacer carrera en el mundo literario con mayúsculas. Incapaz de refrenar su pasión por aporrear las máquinas de escribir, hizo de sus cuentos para chicos empollones una apuesta original por la que podían desfilar de igual modo realidades históricas alternativas, crítica social, teología marciana y debates éticos sobre el aborto. A la espera de que alguien coja el relevo de Dick en esta década pusilánime y se atreva de nuevo a romper los moldes del género, seguiremos releyendo al loco norteamericano que quiso transformar las historias de naves espaciales en un lenguaje que desvelase la verdad del mundo.
LA NARIZ DE MAUPASSANT (dos)
[Fisiología para despistados]. Los objetos -a través de invisibles moléculas- estimulan la mucosa olfativa que tapiza nuestras fosas nasales: las partículas volátiles emanadas de la materia nos invaden. Somos asaltados por su esencia, desde el aroma más sutil a las pútridas briznas de la descomposición. Partículas que hacen resonar un órgano sensorial conectado con regiones del paleocerebro, el lugar de las conductas instintivas.
La capacidad evocativa de los olores es magnífica; destapa el almacén de perfumes de la memoria y nos sitúa con facilidad en el allí – entonces. El texto se hace respirable.
[París] El París en el que se inicia la novela sufre un caluroso verano, la ciudad suda en la sofocante noche. Las alcantarillas traspiran por sus bocas de granito alientos infestados; las cocinas subterráneas despiden a la calle, por sus ventanas bajas, las miasmas infames de las aguas de lavar y de las salsas rancias. A Georges Duroy, el de múltiples nombres, protagonista de Bel Ami, no parece importarle la muchedumbre; gusta mezclarse en la masa, de rozarse con las mujeres públicas, aspirar sus perfumes violentos. Las atmósferas se velan por el humo del tabaco, su olor sofocante es fácilmente perceptible para el lector. que siente un leve picor en los ojos. Duroy se deja llevar, bebe con embriaguez el aire viciado por el tabaco, por el olor humano y los perfumes de las golfas. Al principio de la novela, en la casa de Georges predomina un fuerte olor a comida, a letrina, un tufo estancado a mugre y viejas paredes de piedra que ninguna corriente de aire podrá desalojar. La miseria tiene en Maupassant un olor propio, una pestilencia que subleva al protagonista y lo empuja a escapar de ella. El olor sofocante a pescado frito de los tugurios y las fondas.
[Lujuria] Y esa miserable hediondez contrastará con el aroma sensual de las mujeres bien situadas, el perfume joven, carnoso y cálido que desprende una bata limpia de suave tela y que impregna los muebles que la rodean. Besar el fino encaje de un corpiño y aspirar lentamente el aire cálido y perfumado que se desliza entre los senos.
El deseo puede definirse por su olor, como el aroma de amor rancio, de falsa juventud, de algunas ajadas burguesas. Otras mujeres, al apearse del coche de caballos en el que han recorrido los Campos Elíseos y el Bosque de Boulogne, desprenden un aroma a verbena y lirios que aspiramos con ávido aliento, haciendo que corazón y pulmones palpiten bruscamente. El aire se torna sabroso y ligero como una golosina primaveral.
El deseo alucinado puede hacer flotar un olor a bestial ternura, recargando el aire sofocante de un perfume tibio de fiebre.
Los encuentros amorosos de los personajes se sitúan en ocasiones en baratas habitaciones de hotel, donde flota un olor odioso e insulso, un olor emanado de las cortinas, de los colchones, paredes y asientos, olor de todas las personas que se habían acostado o vivido allí y que han dejado parte de su tufo, un tufo que a la larga y sumado al de los predecesores forma un hedor confuso, dulce e intolerable, el mismo en todos esos lugares.
[Lo invisible] La mentira es la protagonista de la novela: la farsa social, los disfraces, el arribismo y la lujuria. Y también la mentira parece poseer su propio perfume ácido, especialmente detectable para las mujeres acostumbradas a la marrullería y regateos masculinos. Ellas llegarán a percibir el hedor cenagoso del fondo del alma. Por el contrario, los hombres de amplias miras e inteligencia desprenden esos grandes hálitos de mar adentro que se respiran en las riberas.
Y en algún momento nos es dado percibir el perfume del firmamento en una noche estrellada, en las que el aire parece traer en sus soplos helados algo llegado de más allá de los astros.
[Dentro – fuera] Ciertos contrastes serán expresados a través del olor: en el interior de una tasca el humo de los cigarros baratos llenan la sala, el olor acre de las viejas pipas de barro y las bebidas derramadas. Al salir a la noche campestre, un aroma de tierra, de árboles, de musgo, el perfume fresco y viejo de las frondas, hecho de la savia de los brotes y de la hierba muerta y mohosa de la maleza, parece dormir en las alamedas.
El olfato puede utilizarse como único elemento descriptivo: el sótano donde penetra Duroy desprende un olor a subterráneo que asciende por la escalera de caracol, un tufo a humedad recalentada, a muros mohosos, junto a hálitos de benjuí que recuerdan a los oficios sagrados, y emanaciones femeninas de agua de Lubin, verbena y violetas.
Al final del libro, una poderosa escena se desarrolla en un invernadero: el aire insólito de ese bosque techado bajo una cúpula acristalada penetra trabajosamente en el pecho, aturde, embriaga, causando placer y daño, dando a la carne una sensación confusa de voluptuosidad enervante. Un denso y singular perfume provocado por plantas soporíferas de países cálidos que puede producir un sueño extraño, a veces mortal.
[Y muerte] La enfermedad posee sus propios miasmas: en la habitación olerá a fiebre, a tisanas, a éter, alcanfor, ese olor innominable y pesado de los aposentos donde respira un tísico. Afuera la brisa suave y tibia parece alimentada por los perfumes de los arbustos, las flores costeras, el aroma a resina y el acre sabor de los eucaliptos.
Cuando la muerte llegue, lo hará con sus fétidos heraldos: en el aire cerrado de la pieza se percibirá un aliento podrido brotando del pecho descompuesto del tísico, el primer hálito de carroña que los pobres muertos tendidos en la cama arrojan a los parientes que los velan, hálito horrible con el que pronto llenan la caja hueca de su ataúd.
L Malacara