18 de septiembre de 2007

LA NARIZ DE MAUPASSANT (dos)

[Fisiología para despistados]. Los objetos -a través de invisibles moléculas- estimulan la mucosa olfativa que tapiza nuestras fosas nasales: las partículas volátiles emanadas de la materia nos invaden. Somos asaltados por su esencia, desde el aroma más sutil a las pútridas briznas de la descomposición. Partículas que hacen resonar un órgano sensorial conectado con regiones del paleocerebro, el lugar de las conductas instintivas.

La capacidad evocativa de los olores es magnífica; destapa el almacén de perfumes de la memoria y nos sitúa con facilidad en el allí – entonces. El texto se hace respirable.

[París] El París en el que se inicia la novela sufre un caluroso verano, la ciudad suda en la sofocante noche. Las alcantarillas traspiran por sus bocas de granito alientos infestados; las cocinas subterráneas despiden a la calle, por sus ventanas bajas, las miasmas infames de las aguas de lavar y de las salsas rancias. A Georges Duroy, el de múltiples nombres, protagonista de Bel Ami, no parece importarle la muchedumbre; gusta mezclarse en la masa, de rozarse con las mujeres públicas, aspirar sus perfumes violentos. Las atmósferas se velan por el humo del tabaco, su olor sofocante es fácilmente perceptible para el lector. que siente un leve picor en los ojos. Duroy se deja llevar, bebe con embriaguez el aire viciado por el tabaco, por el olor humano y los perfumes de las golfas. Al principio de la novela, en la casa de Georges predomina un fuerte olor a comida, a letrina, un tufo estancado a mugre y viejas paredes de piedra que ninguna corriente de aire podrá desalojar. La miseria tiene en Maupassant un olor propio, una pestilencia que subleva al protagonista y lo empuja a escapar de ella. El olor sofocante a pescado frito de los tugurios y las fondas.

[Lujuria] Y esa miserable hediondez contrastará con el aroma sensual de las mujeres bien situadas, el perfume joven, carnoso y cálido que desprende una bata limpia de suave tela y que impregna los muebles que la rodean. Besar el fino encaje de un corpiño y aspirar lentamente el aire cálido y perfumado que se desliza entre los senos.

El deseo puede definirse por su olor, como el aroma de amor rancio, de falsa juventud, de algunas ajadas burguesas. Otras mujeres, al apearse del coche de caballos en el que han recorrido los Campos Elíseos y el Bosque de Boulogne, desprenden un aroma a verbena y lirios que aspiramos con ávido aliento, haciendo que corazón y pulmones palpiten bruscamente. El aire se torna sabroso y ligero como una golosina primaveral.

El deseo alucinado puede hacer flotar un olor a bestial ternura, recargando el aire sofocante de un perfume tibio de fiebre.

Los encuentros amorosos de los personajes se sitúan en ocasiones en baratas habitaciones de hotel, donde flota un olor odioso e insulso, un olor emanado de las cortinas, de los colchones, paredes y asientos, olor de todas las personas que se habían acostado o vivido allí y que han dejado parte de su tufo, un tufo que a la larga y sumado al de los predecesores forma un hedor confuso, dulce e intolerable, el mismo en todos esos lugares.

[Lo invisible] La mentira es la protagonista de la novela: la farsa social, los disfraces, el arribismo y la lujuria. Y también la mentira parece poseer su propio perfume ácido, especialmente detectable para las mujeres acostumbradas a la marrullería y regateos masculinos. Ellas llegarán a percibir el hedor cenagoso del fondo del alma. Por el contrario, los hombres de amplias miras e inteligencia desprenden esos grandes hálitos de mar adentro que se respiran en las riberas.

Y en algún momento nos es dado percibir el perfume del firmamento en una noche estrellada, en las que el aire parece traer en sus soplos helados algo llegado de más allá de los astros.

[Dentro – fuera] Ciertos contrastes serán expresados a través del olor: en el interior de una tasca el humo de los cigarros baratos llenan la sala, el olor acre de las viejas pipas de barro y las bebidas derramadas. Al salir a la noche campestre, un aroma de tierra, de árboles, de musgo, el perfume fresco y viejo de las frondas, hecho de la savia de los brotes y de la hierba muerta y mohosa de la maleza, parece dormir en las alamedas.

El olfato puede utilizarse como único elemento descriptivo: el sótano donde penetra Duroy desprende un olor a subterráneo que asciende por la escalera de caracol, un tufo a humedad recalentada, a muros mohosos, junto a hálitos de benjuí que recuerdan a los oficios sagrados, y emanaciones femeninas de agua de Lubin, verbena y violetas.

Al final del libro, una poderosa escena se desarrolla en un invernadero: el aire insólito de ese bosque techado bajo una cúpula acristalada penetra trabajosamente en el pecho, aturde, embriaga, causando placer y daño, dando a la carne una sensación confusa de voluptuosidad enervante. Un denso y singular perfume provocado por plantas soporíferas de países cálidos que puede producir un sueño extraño, a veces mortal.

[Y muerte] La enfermedad posee sus propios miasmas: en la habitación olerá a fiebre, a tisanas, a éter, alcanfor, ese olor innominable y pesado de los aposentos donde respira un tísico. Afuera la brisa suave y tibia parece alimentada por los perfumes de los arbustos, las flores costeras, el aroma a resina y el acre sabor de los eucaliptos.

Cuando la muerte llegue, lo hará con sus fétidos heraldos: en el aire cerrado de la pieza se percibirá un aliento podrido brotando del pecho descompuesto del tísico, el primer hálito de carroña que los pobres muertos tendidos en la cama arrojan a los parientes que los velan, hálito horrible con el que pronto llenan la caja hueca de su ataúd.

L Malacara

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Pues no tengo en las fibras olfativas de mi recuerdo de Bel Ami tanto olor a tasca y crápula, a aliento de vicio y cadaverina. Dices que hasta el cálido olor de la sensualidad se marchita en amor rancio. Pero puede ser que algo huela a podrido en Paris. Y de eso sabía mucho nuestro querido Guy.
Recuerdo sí, muy bien, la asfixiante escena de un duelo ridículo en un sótano mientras el gentío acaba con las vituallas del convite en el piso de arriba. Una especie de ángel exterminador no les deja salir, ¿no es así?
Qué bien este recuerdo renovado.
Por cierto, empiezo a oler algo raro ...

Anónimo dijo...

¿Hay alguien más en el universo conocido que haya leido esta novela aparte de estos dos sujetos descarriados?

Anónimo dijo...

No