10 de septiembre de 2007

JEAN IVES LETRAUXELLE


El misterio de cómo un lugar tan alejado de la mano de Dios como Les Trois Rois pudo concebir, parir y amamantar a un gigante de la literatura contemporánea como Jean Ives LeTrauxelle fue resuelto en 1943, dos años después de su muerte. La granja en la que siempre vivió, a más de doscientas millas de Quebec, escondía una biblioteca con doce mil volúmenes, que fueron exhumados por su reconocido biógrafo, el norteamericano Jason Vulture. Un camino carretero que sale del norte de la población de Les Trois Rois, nos lleva en veinticinco interminables millas, bordeando el lago Quinepeguag bajo las ramas de los abetos de Douglas, a la granja de LeTrauxelle. En invierno, cuando el lago se hiela, el trayecto se acorta sensiblemente.

Poco sabemos de cierto sobre la vida del escritor francocanadiense. El primer documento que nos habla de él es el testamento de su padre, Jacques, fechado en 1910, y ejecutado en 1917, al parecer pocos días después de que pereciera ahogado y congelado al romperse el hielo del lago, junto con su esposa iroquesa Wennie y sus hijas Dorothy y Margaret. Desconocemos si en el momento del accidente Jean Ives no les acompañaba o, por el contrario, sobrevivió al accidente. Vulture es partidario de esta última opción: la congelación de los dedos de los pies explicaría la cojera del escritor, que Vulture cree perceptible aún en la única foto que se conserva de LeTrauxelle, asomado a una ventana de su granja. La foto fue tomada, al parecer, por el jefe de los iroqueses de la zona, Seewah, a petición de La Matine du Quebec para la solapa de la segunda novela, En los muros de la niebla, publicada en 1933, en la que la pavorosa escena de la muerte de toda su familia es evocada en el capítulo seis.

La siguiente noticia de LeTrauxelle es un pedido de trece libros a la librería de Mr. Hortnon en Rue de la Chatonnière, Québec, el 18 de febrero de 1921. Doce de estos trece libros fueron hallados en la biblioteca de la granja. Entre ellos, una edición francesa del Quijote, las obras completas de Shakespeare en dos tomos y el volumen III de las comedias de Molière. Hasta la fecha no ha aparecido el libro número trece, una edición de bolsillo de Veinte Mil Leguas de Viaje Submarino, conjeturándose que el librero no lo tenía en existencia y no pudo, por tanto, enviarlo.


Después, la gloria. El director del periódico La Matine du Quebec lo recuerda así: “me llegó una carta escrita a mano de algún lugar remoto de la provincia. Y de verdad que me comporté legalmente. No leí el manuscrito y se lo pasé directamente a los del departamento de publicaciones, para el concurso. Luego me enteré de que había ganado los 300 dólares y que no hubo manera de conseguir que viniera a la ciudad a recogerlos. Tuvimos que mandar el premio por un giro postal. Leí por fin El Sueño del Alce cuando sacamos la primera edición con el especial de invierno, en 1931. Desde entonces, como todo el mundo, lo he releído varias veces.”

El Sueño del Alce supuso un enorme éxito en las ventas de ese año. Aún así, nadie sabe cómo pudo afectar todo esto a LeTrauxelle. La novela, ambientada en las soledades de la tundra canadiense, es un compendio de los terrores de Poe, las fastuosidades de Tolstoi, los personajes al límite de Dovstoyevski, la sensibilidad de Whitman y los instintos megalomaníacos y suicidas del mejor London. Como dice Mr. Vulture, “más de uno ha de sentirse estremecido por la tundra, por esa madrastra blanca que con garras de acero perfora la piel del alce para que la sangre se congele antes de tocar el suelo”. El lector del siglo XXI puede llegar a sentir como algo añeja la lectura de las páginas de El Sueño del Alce, pero nunca podrá negar la sensación de que la novela es el mejor puente conocido entre la literatura con mayúsculas del XIX y la del tormento de la psicología humana hecha palabra del XX.

No pudo sustraerse LeTrauxelle, como ya hemos apuntado, a las reminiscencias biográficas en su segunda obra, En los muros de la niebla (1933). Resulta fácil cotejar cada personaje de la obra con las personas que le rodeaban en la realidad. Destila el autor un inmenso amor por sus hermanas y su madre, así como un sordo rencor –de cualquier modo muy solapado- por su padre. El personaje más curioso del libro quizá sea Mr. Winter, el único sin trasunto real, a no ser que se trate de una alegoría del propio invierno, de las eternas noches septentrionales de mercurio congelado. Mr. Winter es el responsable de que la familia protagonista tenga que cruzar el aún frágil hielo de octubre del lago.


Se cumplen en este 2007 los sesenta años de la publicación póstuma de los diarios de LeTrauxelle por parte de Jason Vulture (diciembre de 1947). Osaremos pergeñar una incompleta explicación de la triste muerte del literato canadiense extractando una de las últimas entradas de este diario:

“Una vez más, la inapelable maquinaria de la naturaleza ejecuta sus ciclos. Todo tiene un porqué, una razón, una causa y un efecto. No es posible la libertad. No eliges nacer, no eliges morir. Quiero ser poseedor del único albedrío que nos queda: la elección del momento, la elección de la forma. Pero la acción, el gasto energético, el llevar las causas a sus efectos nunca es una decisión libre, está sometida a las leyes físicas que Dios ha impuesto para conservación momentánea de unos y desesperación de otros. La única forma libre que hoy siento de morir es no hacer nada. La leña no está partida, la hoguera apagada, las latas cerradas, nieva, ha llegado el invierno.”

José L. Muñoz, 2007

14 comentarios:

Anónimo dijo...

Hermano JL
Tras leer tu entrada me puese a enredar entre mis viejos libros de poesía, pues el nombre de LeTrauxelle no me resultaba del todo desconocido. Y lo encontré: un brevísismo libro de poemas de este autor titulado "El Arce de Hielo" publicado por la editorial Lumen (1983); uno de esos volúmenes a los que es necesaro separar las páginas con un estilete. La edicion, a cargo de JM Valverde, no es bilingüe, cosa extraña en esta editorial. Aporta pocos datos en la contraportada, pero parece ser que a la muerte de Vulture aparecieron en su estudio otras obras menores o inconclusas de LeTrauxelle, papeles póstumos como estos poemas, editados en EEUU en los años 60.
Releyendo los versos, recuerdan al Ricardo Reis de las odas; por ejemplo:

"Dioses blancos concedeme que,
desnudo de afectos,
de la fría libertad
de la tundra helada yo goce".

o en estos otros...

"Ceñidme de las hojas,
Rojas de arce.
Coronadme en verdad
De hojas
Rojas que se apagan"

¿conoces algún vínculo entre LeTrauxelle y Pessoa?

saludos

Anónimo dijo...

Jolín Malacara, me has pillado en un renuncio.

La verdad es que la única fuente de la que he bebido, aparte de las dos novelas, es de la biografía que hizo Vulture. De ahí que desconociera las obras repóstumas (postumas a Vulture, por tanto póstumas a LeTrauxelle).

¡Debería haber visitado la Wikipedia!

Por otro lado, desde luego que hay una relación clarísima en los poemas que has citado entre el portugués y el canadiense. He buscado la referencia en la lista de obras de la biblioteca recuperada por Vulture y no aparece Pessoa.

El eterno dilema: ¿mismas circunstancias, mismos hechos o, por contra, repeteción aleatoria?

Anónimo dijo...

Magistral tu reseña. No conocía al autor y el perfil que ofreces lo hace resultar interesante. Tu entrada refleja lo que para mi es fundamental en artilugios como éste: abrir ventanas a nuevas lecturas, nuevos autores y nuevas experiencias como lector. Para conseguir esto, hay que escribir como tú lo haces.

Anónimo dijo...

Yo tampoco había conectado con este autor. Son atractivas las notas en relación al Sueño del Alce.
Un espejo de hielo que nos construye Jose Luis invitando a atravesarlo.
Quintín, cuando consigas alguno de los títulos te lo pediré prestado. Tú sueles ir por delante en estas conquistas.
Mientras tanto, enredaré en Poe y London para calentar los dedos.

Que no pare el "artilugio"!

Anónimo dijo...

No os molesteis en buscarlo en Lumen, está agotado. Yo he encontrado una antología que incluye algunos fragmentos del diario en una edición primorosamente encuadernada de una pequeña editorial radicada en el concejo de Sajambre, que se llama el Quebrantahuesos del Pas, y financiada por la Consejería de Cultura de Cantabria. Contiene un prologo de Jean-Luc Vellocine, que, recordareis, tradujo al fances los Sonetos Ingleses de Pessoa, para lo que tuvo que frecuentar postumamente su famoso baúl. Fue íntimo de Ricardo Reis, con quien viajó a Labrador y Newfounland.
En sus poesias he encontrado todos los ambientes y personajes que refieres, menos los de London. El término suicidio no existe en la literatura de London.

Anónimo dijo...

Vaya, podría haberlo pedido a cierto librero de Barakaldo que asentó su ceño bibliófilo -y su inclinación a los vinos socializadores- en cierta comarca de cantabria.
Recuerdo que comentastes algo sobre ese baul: requisado de uno de los barcos en los que tripuló Conrad y cuyo contenido era un extraño cargamento de armas.
Su contenido ha sufrido un curioso proceso de sublimación.
Seguiremos buscando

Anónimo dijo...

No estoy de acuerdo: el cuento Ley de Vida, de London, puede leerse como una apología del suicidio; es más, lo defiende como necesidad orgánica en circunstancias especiales.

Anónimo dijo...

El suicidio nunca puede ser Ley de Vida. Lo que pasa en Ley de Vida es eso, ley de vida.

Anónimo dijo...

Absolutamente de acuerdo con Quintín. Además, y esto ya es un gusto personal, me encantan las novelas gestadas en el blanco frío de la tundra. Supervivencia física y psicológica, personajes duros y quebradizos como el hielo.
"Sueño de Alce" es la que más me ha atraído de las que comentas.

Anónimo dijo...

JL dice:

Aunque sea un ejemplo clásico, el suicidio de los lemmings es ley de vida. Una necesidad biológica.

Y su otro yo le contesta:

Pero somos humanos, no lemmings.

Y JL repone:

Ya, pero quizá la ley biológica jerárquicamente más aceptable sea la del "instinto de conservación de la especie", por encima de la "autoconservación".

Y el otro yo:

Sigue utilizando el cerebro, cabezón, si quieres, pero esta vez no te saldrás con la tuya.

Anónimo dijo...

JL Muñoz, usted tiene muchos yoes. ¿Les conozco de algo?

Anónimo dijo...

No es lo peor que tenga muchos yoes: es que se hablan entre ellos.

Anónimo dijo...

"Mas este día, Hornik,
no quieras ocultar
la muerte;
nada nos falta
nada somos.
No esperamos nada ya
en este páramo,
y al sol sentimos
frío.

Solemnes,
tal como es,
gocemos del momento
levemente
en la serena nieve
aguardando a la muerte
como quien la desea

Nada en las manos heladas
ni una memoria
en mi alma
de lobo.

Y así el blanco día
en que en tus manos
pongan el óbolo último,
y al río la canoa parta,
cuando las manos te abran
nada de ellas
al suelo caíga"

De "El Arce de Hielo"

Posted By: L Malacara

Anónimo dijo...

Manos de hielo vacias como una custodia.
Excelente moneda, ML Muñoz(es) y L Malacara(s)