Recuerdo que era una escena larga, dramática, imborrable, de la película El Desprecio, de Godard, adaptación de una novela de Moravia. Un guionista desaliñado e intelectualizante (indolente Michel Piccoli) y una mecanógrafa soñadora (tristeza bellísima y azul, BB) se despellejan en la intimidad de un piso recién comprado y que están reformando, a ritmo de insultos, dicterios, reproches y algún que otro toallazo. Èl lo hace mientras atraviesa una puerta sin cristal, unas veces saltado, otras abriendo el marco, o bien simultáneamente saltando y abriendo la puerta, en un ejercicio de acrobacia, que seduciría a Pamplinas.
La historia cuenta lo que les pasa a muchas parejas. Para qué detenerse en ello. Desde Ulises y Penélope poco hay nuevo bajo el sol de Capri. No es de la historia de lo que quiero acordarme ahora. Moravia ha sido felizmente adaptado al cine (El Inconformista, La Ciociara, El Desprecio, sus Cuentos Romanos).
Como quiera que todo el cine de Godard es algo más que un guiño, es un intenso homenaje, mordaz pero hondo, del cine con c mayúscula, y como soy de los que piensa que Godard es un portento de imaginación y técnica (y no solo un teórico del celuloide), es del cine y del lenguaje de lo que quiero hablar. Imaginad un relato fracturado, trozos de cristal invisible con un filo peligrosísimo, diálogos efervescentes, un montaje extravagante hasta la hilaridad, una música de cuerdas sobrecogedora, una renuncia de entrada al espectáculo visual (hasta los créditos están narrados en off). Ya vendrán los dioses (Fritz Lang a la cabeza) y pondrán un poco de sentido común. Ese que es tan poco común. Es de suponer. Y si no, pues a la mierda.
El Desprecio habla de cine, claro que sí. Y cuenta la historia de una pareja que se sobrelleva hasta que deja de hacerlo, cuando su felicidad desaparece con la mejora, ¡oh paradoja!, de su bienestar económico. Pero por encima de todo es Cine porque el lenguaje es más poderoso que las propias relaciones de poder que explora: los intereses comerciales, del arte y de las relaciones personales, de orden estético y moral. Recupera la unidad perdida (mítica) de la lengua y la imagen. La realidad puede ser tierna o cruda, pero para saberlo hay que cruzar insistentemente la puerta sin cristales. O con cristales invisibles de peligroso filo. Ese vaivén entre la palabra y la imagen, movimiento y pensamiento, es, para mí, el cine.
No entraré a denostar el anemizante cine que gangrena nuestras pantallas de estreno, con sus espectaculares miserias. Se basta solo. Quiero subrayar, si, el fraude, de mucho mayor calado, del impostado cine de adaptación literaria que nada aporta a la obra. Quieren un botón: El Pianista de Polansky. Una estafa.
La historia cuenta lo que les pasa a muchas parejas. Para qué detenerse en ello. Desde Ulises y Penélope poco hay nuevo bajo el sol de Capri. No es de la historia de lo que quiero acordarme ahora. Moravia ha sido felizmente adaptado al cine (El Inconformista, La Ciociara, El Desprecio, sus Cuentos Romanos).
Como quiera que todo el cine de Godard es algo más que un guiño, es un intenso homenaje, mordaz pero hondo, del cine con c mayúscula, y como soy de los que piensa que Godard es un portento de imaginación y técnica (y no solo un teórico del celuloide), es del cine y del lenguaje de lo que quiero hablar. Imaginad un relato fracturado, trozos de cristal invisible con un filo peligrosísimo, diálogos efervescentes, un montaje extravagante hasta la hilaridad, una música de cuerdas sobrecogedora, una renuncia de entrada al espectáculo visual (hasta los créditos están narrados en off). Ya vendrán los dioses (Fritz Lang a la cabeza) y pondrán un poco de sentido común. Ese que es tan poco común. Es de suponer. Y si no, pues a la mierda.
El Desprecio habla de cine, claro que sí. Y cuenta la historia de una pareja que se sobrelleva hasta que deja de hacerlo, cuando su felicidad desaparece con la mejora, ¡oh paradoja!, de su bienestar económico. Pero por encima de todo es Cine porque el lenguaje es más poderoso que las propias relaciones de poder que explora: los intereses comerciales, del arte y de las relaciones personales, de orden estético y moral. Recupera la unidad perdida (mítica) de la lengua y la imagen. La realidad puede ser tierna o cruda, pero para saberlo hay que cruzar insistentemente la puerta sin cristales. O con cristales invisibles de peligroso filo. Ese vaivén entre la palabra y la imagen, movimiento y pensamiento, es, para mí, el cine.
No entraré a denostar el anemizante cine que gangrena nuestras pantallas de estreno, con sus espectaculares miserias. Se basta solo. Quiero subrayar, si, el fraude, de mucho mayor calado, del impostado cine de adaptación literaria que nada aporta a la obra. Quieren un botón: El Pianista de Polansky. Una estafa.
Fuegofatuo
9 comentarios:
Sr Fuegofatuo:
Me voy a permitir ser imprudente y extremo (sea mi desmedida opinión parte del juego, por lo que solicito su iracunda comprensión).
He visto "El Desprecio" recientemente.
Lo mejor de esta película –lo mas perdurable - es la escena en la que una esplendida Brigitte Bardot aparece tumbada desnuda, boca abajo, sobre un albornoz amarillo con un libro abierto tapándole apenas un celestial culo, y los acantilados de Capri al fondo; o esta otra: BB nadando desnuda en las trasparentes aguas del mediterráneo; o BB desnuda (siempre boca abajo) flexionando las piernas indolentemente en un sofá tapizado de rojo.
Todo lo demás: anecdótico o aburrido. Un guión moroso lento artificial, unos diálogos teatrales, una puesta en escena esteticista hasta el ridículo, unos personajes caprichosos como marionetas, un final absurdo y manido.
En fin, un homenaje autoreferencial al cine (entre guionistas, productores y directores anda el juego y el drama; vease a Fritz Lang, actor él mismo, sentenciando como viejo sabio a diestra y siniestra). La trama correría en paralelo al rodaje de un Ulises de arte y ensayo(ese figurante que hace de Odiseo, vestido como si fuese el hombre de Atapuerca con una espada de cartón en las manos es impagable). Se pretende una lectura paralela de la odisea bastante naif: Ulises huye de Itaca porque esta harto de su mujer, y esa es también la razón de que se demore a la vuelta cegando cíclopes (como el que se fue a por tabaco....).
Termino rememorando una escena al final del "film": Capri. Apogeo en la crisis de pareja. BB y MP discuten. Ella se encamina hacia unas rocas para lanzarse al mar. Mientras BB salta desnuda a las azules aguas y comienza a nadar lenta y sensualmente, M Piccoli, su pareja en la peli, vestido con un apretado traje cruzado blanco marfil, corbata negra, sombrero de ala estrecha (que no se quita ni cuando se mete en la bañera -lo juro-) se sienta sobre unas rocas y.... se queda dormido (¡!). Ella se marchara -lógicamente- con el otro (el mandíbula robusta, encarnación del poderoso dinero americano).... Quizás BB sea trasunto de una sirena muda y MP un Odisea indolente que en vez de atarse al mástil temeroso de sus instintos, se quede tristemente dormido (el cine de autor tiene estas cosas).
Listo para recibir aceite hirviendo
No he visto 'El desprecio', pero sí 'Alphaville' y 'Al final de la escapada', que me parecen en sí mismas teorías del cine, quintaesencias del cine de autor. Sería una temeridad negar la modernidad y el vanguardismo de Godard, un comprometido absoluto con su obra. Me ha llamado mucho la atención esa afirmación que, cual suculenta lombriz en anzuelo, cuelgas final de la entrada: El pianista es una estafa. Me gustaría, amigo Fuegafatuo, que nos deleitaras con una explicación razonada y razonable, porque a mí me gustó -bastante- la puñetera película ¿Qué opinas? ¿Debo sentirme estafado o hago que me lo miren? Me tienes en ascuas...
Kievslosky, Lars Von Trier, Taberniere... Eso sí que es caldo con sustancia.
Siguiendo la linea de vuestras insinuaciones, yo también he visto recientemente El Desprecio.
Voy a ser claro y sin envolturas teóricas en relación al director y la película.
Me apetece hablar de sensaciones como espectador: el tedio imperante ha sido domado por la atracción irresistible que ejerce el señuelo maligno que es Brigitte Bardot.
Quiero imaginar que Godard emplea una mirada cínica sobre cuatro personajes que alimentan una cinematográfica "hoguera de vanidades".
Soberbios y vanidosos, cada uno en su frustración personal, proyectan su peculiar manera de representación sobre una historia inalcanzable y sublime, la Odisea.
Un productor con poses de dios controlador y antojadizo: maneja el hilo -destino- del resto.
Un director que trata de suplir su servilismo al productor con aires de autosuficiencia y dominio, anhelante de una patria lejana -Beltor Brecht y Holderlin-.
Por último, la parejita sobre la cual la cámara pendula al ritmo de un diálogo ridículo: MP pusilánime y apático, sólo reacciona con diligencia ante el cheque que le extiende el productor; BB que pide constantemente, desde el principio, ser mirada, reconocida, re-presentada -recorrido sobre su reverso con distintos filtros-.
La crisis se desencadena al verse desplazada del lugar que desea ocupar, desplegándose un juego cansino y ridículo de contradicciones y provocaciones.
Metacine o juego de imposturas para conseguir que el convencimiento básico, primario, salga disparado muy lejos.
Pues yo también me he asomado a mirar a la BeBé.
Como lo mejor se ve en los primeros cinco minutos, el resto se lo tragó la papelera.
Mi rollo con el cine tiene un nombre claro: Blade Runner.
No hay nada como un buen ejemplo para explicar una posición.
1- De un relato cortito, prescindible, que puedes leer o no -no pasa nada-, se despliega una película gigante, soberbia, que no se gasta.
2- Se entiende de principio a fín. Y si algún cable queda suelto, no importa, porque convence. ESTO ES FUNDAMENTAL
3- Lo tiene todo: acción, intriga, amor difícil, sin ñoñerías.
4- Hay también alguna cita que puede guardarse en la memoria y soltar adecuadamente en algún sitio -un blog, por ejemplo- y quedar como un rey
5- Después de ver la película, que cada cual enrede con las zarandajas que le de la gana. Pero no son en absoluto necesarias para que el cuerpo se haya quedado bien, pero que muy bien.
"...Todos esos momentos se perderán en el tiempo como lágrimas en la lluvia. Es hora de morir......"
Resumamos juntos las claves, sin apriorismos ni conclusiones, antes de mi penitencia.
1. El culo. Esa redondez nuclear del color de los caballos de Franz Marc, sin raíces ni apenas tallo (bien escondido para no distraer). El culo de BB es la clave número 1 de la película. No puedo entender, mi querido Cahiers (¿puedo llamarte Malacara?, gracias), como habiéndolo advertido tan bien, te has enredado tanto con la historia. El culo de BB es el continente perfecto, esférico, musical, de todas las discronías y fragmentos de la película.
2. Lo teatral. Es verdad que ni el curso ni el discurso de la película son naturales. Y qué le vamos a hacer, es que para mí el cine es algo diferente a la naturaleza y me gusta ver o imaginarme lo que aporta de artificial, de artístico. Las películas de Bergman (me acuerdo de Gritos y Susurros o Saraband) son arte de tanta franqueza (¿antinaturaleza?). Una versión dramática del drama creo que me hubiera parecido menos interesante. ¿Recordáis al solitario compositor que celebró con una sinfonía circense la victoria soviética en la guerra y la apoteosis del bolchevismo? Muchos podrán ver una provocación y asumir que en el fondo no es más que una impostura. Yo, me perdonen, disfruto con la imaginación a la hora de simultanear texto, imagen y música. Otro: la intensidad dramática de la música, sospechosa desde el principio, algo más que simple ingenio (creo que alguien la tacha de patética).
3. El montaje. Para mi es lo mejor, lo más abierto, con toques surrealistas. La escena en que MP se queda dormido en las rocas a mí me gusta más imaginármela al revés que Malacara: se duerme y sueña que su mujer se baña en azul y no le desprecia.
4. El desprecio. Es un concepto demasiado tenebroso como para no poder tratarlo con humor ¿no creéis? Me parece recordar que nadie se desprecia abiertamente en la peli, eso hubiera sido demasiado fácil. Malentendidos (el retraso del viaje en taxi), indiferencias (la de la madre de BB), displicencias (el sombrero en la bañera es un guiño, lo dice, a Dean Martin), indolencia (la de él, la de ella, retroalimentandose), dobleces (la del guión que quiere el director alemán, que no puede confesar al productor yanqui), todo un compendio de elementos para despreciar. Y el resultado: el Ulises elegiaico de cartón piedra, el que quiere el productor, que es quien parece salirse con la suya. Solo parece, que el final ya lo sabemos. Puede manejar los hilos, BB queen, pero no el destino.
5. El aburrimiento. Aquí no caben muchas razones. Yo personalmente encontré suficientes elementos para no aburrirme y disfrutar sin envoltorios, a la manera de BB queen y con los elementos de Kokoloko: acción, intriga, amor difícil, sin ñoñerías. Y qué le vamos a hacer, a mí me aburren mucho más películas como el Caso Bourne o El Señor de los Anillos, llenas de historias y acción.
En fin, no sé si quiero leerme la novela. Cine y literatura han dado pocos pero excelentes resultados cuando se complementan y no se suplen. El pianista ni puede complementar ni sustituir la terrible crónica del pianista del guetto de Varsovia, pero es muy bonita, muy verista y tiene apuestos actores. Si que me interesan, en cambio, las anécdotas del rodaje.
Y termino, a la manera de Kokoloko, con el magistral diálogo del Extraño Amor de Martha Ivers:
“Ella: He cometido una estupidez. Me merezco una paliza.
El: Tú lo que te mereces es una segunda oportunidad.”
Seguiremos de cerca a Godard. (Atreveos con Histoire(s) du Cinema, sus 4 capítulos de 2 partes cada uno, y disfrutad del Cine)
Felicidades a los que han hecho posible esta comunicación.
Sr Fuegofatuo: siempre un placer..
El placer, siempre fugitivo, ha sido mío. Aviant tot.
Dirigir una película es situar la mirada. Montarla es sentir latir al corazón.
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