La ciudad de Segovia, con su sabor añejo y monumental, sirvió de idóneo marco para el Hay Festival (pronúnciese jei), un encuentro literario organizado por el diario inglés The Guardian cuyas próximas citas tendrán lugar en Cartagena de Indias (enero del próximo año) y en La Alhambra de Granada (abril). De las numerosas actividades programadas con la participación de próceres de las letras como Paul Preston, Javier Cercas, Ian Rankin, Almudena Grandes, Wole Soyinka o Manuel Rivas, este reportero itinerante pudo acudir únicamente a la “ruta machadiana por Segovia” y a la presentación de la flamante y flemática última obra de Javier Marías.
Seguir los pasos de Antonio Machado por el día a día de sus doce años como segoviano adoptivo (de 1919 a 1931) faculta al visitante para sentirse su alumno en el instituto donde ejercía la cátedra de francés primero y de lengua y literatura más tarde; para detenerse ante el café (ahora centro comercial) donde departía con sus amigos y contertulios; para conocer el lugar donde se citara por primera vez con Pilar de Valderrama, supuesta Guiomar, su musa y amor secreto; para divisar el balcón del Ayuntamiento donde el poeta se uniera a las celebraciones de aquel lejano 14 de abril; para perderse por la modesta pensión donde residía, ligero de equipaje.
La pensión, convertida en casa-museo del autor de “Soledades, galerías y otros poemas”, merece parada y fonda para el lector más bibliófilo. En su planta baja se encuentra el Torreón de Rueda, rincón de compraventa de libro antiguo y de ocasión regentado por el guía del museo, el cual responde al bohemio nombre de César. Experto en Machado y coleccionista de vetustos libros de cocina, atiende tras el parapeto de sus estanterías abigarradas de viejos volúmenes, láminas, grabados y otras curiosidades. Del poeta andaluz hemos sabido que durante sus años en Segovia buscó siempre la cercanía de Madrid, adonde iba en cuanto sus obligaciones magistrales se lo permitían, ya fuera para visitar a su familia o para encontrarse con ilustres camaradas como Ortega o Unamuno. Tanto era así que tenía por costumbre aprobar a todos sus alumnos en junio para no hacerse volver en septiembre, y aprovechaba cualquier día libre para rondar la capital (en una de sus cartas informaba así de un contratiempo que le impidiera realizar la prevista visita a Madrid: “he perdido el tren hoy y mañana”). Sin embargo, cedía parte de su tiempo de ocio para impartir clases gratuitas en la Universidad Popular segoviana, de la que fue fundador. Su vinculación con la vida pública continuaba con su cargo de máximo representante en Segovia de la Agrupación al Servicio de la República, unión de profesionales e intelectuales defensores de la llegada del nuevo régimen, acontecimiento del que Machado dejó dicho: “¡Aquellas horas, Dios mío, tejidas todas ellas con el más puro lino de la esperanza, cuando unos pocos viejos republicanos izamos la bandera tricolor en el Ayuntamiento de Segovia! Recordemos, acerquemos otra vez aquellas horas a nuestro corazón.
Con las primeras hojas de los chopos y las últimas flores de los almendros, la primavera traía a nuestra República de la mano. Fue aquél un día de júbilo en Segovia. Pronto supimos que lo fue en toda España. Un día de paz, que asombró al mundo entero”.
El enviado especial de la Mantícora al Hay Festival (insisto: pronúnciese jei, pero sin aspavientos), que en inmejorable compañía y para mantener la tradición de degustar cochinillo asado escogió la terraza de La Concepción (La Concha para los segovianos), en plena Plaza Mayor, repone fuerzas junto al acueducto mientras la noche se cierra sobre Segovia y se acerca el momento de dirigirse hacia la iglesia de San Juan de los Caballeros, donde el gentilhombre Marías dará cuenta de su recién publicado tercer volumen de “Tu rostro mañana”. Con el subtítulo de “Veneno y sombra y adiós” se cierra la trilogía protagonizada por Jaime o Jacobo o Jacques Deza, inefable narrador metido a formar parte de una extraña rama del servicio secreto inglés dedicada a interpretar vidas de otros, a anticipar cuáles serán sus rostros mañana.
La conferencia es más bien charla o tertulia entre el hijo del insigne filósofo y el editor y periodista Manuel Rodríguez Rivero. Ambos son amigos y debaten con ánimo bromista, el escritor Javier Marías se nota cercano y afable, lejos del ciudadano Javier Marías indignado y cascarrabias que firma cada semana en un dominical de gran tirada. Ante un auditorio desbordante y entregado, Marías desgaja su modus operandi literario, confiesa su adhesión a la vieja escuela de la máquina de escribir, su predilección por Faulkner, Shakespeare o Conrad, y no deja de hacer gala de su humor británico (“el dinero no ha cambiado mi vida, no me dedico a comprar maseratis”; “no pretenderán que visite mi propia página web”). Abundando en lo primero, conviene señalar que el autor de “Corazón tan blanco”, según afirmó, escribe sin mapa que predetermine el viaje, sólo hace uso de brújula que indique el destino pero no la forma de llegar hasta él. Por eso a menudo se deja llevar por el azar, por agudos giros en la trama y múltiples digresiones que luego habrá de ir anudando. Convierte esta costumbre en principio inviolable: de la misma manera que no podemos volver sobre nuestro pasado para cambiarlo a conveniencia, Marías jamás vuelve sobre lo escrito para modificar algo que se antoje difícil de encajar con el resto, sino que estruja su mente y la novela para mantener la coherencia narrativa hasta las últimas consecuencias.
Fiebre y lanza, baile y sueño, llegamos al final de esta crónica improvisada a partir del recuerdo de esa magnífica ciudad que es Segovia, y del paso por ella de dos genios de las letras, uno residente y pretérito, otro paseante y contemporáneo.
A Lozano
Seguir los pasos de Antonio Machado por el día a día de sus doce años como segoviano adoptivo (de 1919 a 1931) faculta al visitante para sentirse su alumno en el instituto donde ejercía la cátedra de francés primero y de lengua y literatura más tarde; para detenerse ante el café (ahora centro comercial) donde departía con sus amigos y contertulios; para conocer el lugar donde se citara por primera vez con Pilar de Valderrama, supuesta Guiomar, su musa y amor secreto; para divisar el balcón del Ayuntamiento donde el poeta se uniera a las celebraciones de aquel lejano 14 de abril; para perderse por la modesta pensión donde residía, ligero de equipaje.
La pensión, convertida en casa-museo del autor de “Soledades, galerías y otros poemas”, merece parada y fonda para el lector más bibliófilo. En su planta baja se encuentra el Torreón de Rueda, rincón de compraventa de libro antiguo y de ocasión regentado por el guía del museo, el cual responde al bohemio nombre de César. Experto en Machado y coleccionista de vetustos libros de cocina, atiende tras el parapeto de sus estanterías abigarradas de viejos volúmenes, láminas, grabados y otras curiosidades. Del poeta andaluz hemos sabido que durante sus años en Segovia buscó siempre la cercanía de Madrid, adonde iba en cuanto sus obligaciones magistrales se lo permitían, ya fuera para visitar a su familia o para encontrarse con ilustres camaradas como Ortega o Unamuno. Tanto era así que tenía por costumbre aprobar a todos sus alumnos en junio para no hacerse volver en septiembre, y aprovechaba cualquier día libre para rondar la capital (en una de sus cartas informaba así de un contratiempo que le impidiera realizar la prevista visita a Madrid: “he perdido el tren hoy y mañana”). Sin embargo, cedía parte de su tiempo de ocio para impartir clases gratuitas en la Universidad Popular segoviana, de la que fue fundador. Su vinculación con la vida pública continuaba con su cargo de máximo representante en Segovia de la Agrupación al Servicio de la República, unión de profesionales e intelectuales defensores de la llegada del nuevo régimen, acontecimiento del que Machado dejó dicho: “¡Aquellas horas, Dios mío, tejidas todas ellas con el más puro lino de la esperanza, cuando unos pocos viejos republicanos izamos la bandera tricolor en el Ayuntamiento de Segovia! Recordemos, acerquemos otra vez aquellas horas a nuestro corazón.
Con las primeras hojas de los chopos y las últimas flores de los almendros, la primavera traía a nuestra República de la mano. Fue aquél un día de júbilo en Segovia. Pronto supimos que lo fue en toda España. Un día de paz, que asombró al mundo entero”.
El enviado especial de la Mantícora al Hay Festival (insisto: pronúnciese jei, pero sin aspavientos), que en inmejorable compañía y para mantener la tradición de degustar cochinillo asado escogió la terraza de La Concepción (La Concha para los segovianos), en plena Plaza Mayor, repone fuerzas junto al acueducto mientras la noche se cierra sobre Segovia y se acerca el momento de dirigirse hacia la iglesia de San Juan de los Caballeros, donde el gentilhombre Marías dará cuenta de su recién publicado tercer volumen de “Tu rostro mañana”. Con el subtítulo de “Veneno y sombra y adiós” se cierra la trilogía protagonizada por Jaime o Jacobo o Jacques Deza, inefable narrador metido a formar parte de una extraña rama del servicio secreto inglés dedicada a interpretar vidas de otros, a anticipar cuáles serán sus rostros mañana.
La conferencia es más bien charla o tertulia entre el hijo del insigne filósofo y el editor y periodista Manuel Rodríguez Rivero. Ambos son amigos y debaten con ánimo bromista, el escritor Javier Marías se nota cercano y afable, lejos del ciudadano Javier Marías indignado y cascarrabias que firma cada semana en un dominical de gran tirada. Ante un auditorio desbordante y entregado, Marías desgaja su modus operandi literario, confiesa su adhesión a la vieja escuela de la máquina de escribir, su predilección por Faulkner, Shakespeare o Conrad, y no deja de hacer gala de su humor británico (“el dinero no ha cambiado mi vida, no me dedico a comprar maseratis”; “no pretenderán que visite mi propia página web”). Abundando en lo primero, conviene señalar que el autor de “Corazón tan blanco”, según afirmó, escribe sin mapa que predetermine el viaje, sólo hace uso de brújula que indique el destino pero no la forma de llegar hasta él. Por eso a menudo se deja llevar por el azar, por agudos giros en la trama y múltiples digresiones que luego habrá de ir anudando. Convierte esta costumbre en principio inviolable: de la misma manera que no podemos volver sobre nuestro pasado para cambiarlo a conveniencia, Marías jamás vuelve sobre lo escrito para modificar algo que se antoje difícil de encajar con el resto, sino que estruja su mente y la novela para mantener la coherencia narrativa hasta las últimas consecuencias.
Fiebre y lanza, baile y sueño, llegamos al final de esta crónica improvisada a partir del recuerdo de esa magnífica ciudad que es Segovia, y del paso por ella de dos genios de las letras, uno residente y pretérito, otro paseante y contemporáneo.
A Lozano
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